MIEL

Por Ruben Galavotti

Voy a poner una cucharada de miel en el té. Es un hábito de algunas noches, un té con limón endulzado con miel. Antes de dormir me gusta paladear esos intensos sabores, mientras suena una música agradable y recorro algunos sucesos del día. No es un balance, no. Es un racconto caótico, un remolino de emociones que por momentos se conectan con el pasado o se proyectan hacia lo que me falta. Entre melancolías, vacíos que tal vez no se llenarán, canciones que remueven el fondo limoso del alma, el té va recorriendo mi lengua y mi paladar como un mimo sucedáneo.

Esta noche de domingo, húmeda de llovizna reciente, con un silencio espeso como la miel pero áspero, que lima el sueño que construye el lunes, tomaré mi té. Ya he exprimido un chorro de limón y una gota cayó sobre la herida en el pulgar, me chupé el dedo para quitar el ardor y el sabor metálico del jugo me dio un escalofrío en la frente. Siempre me pregunté qué relación tendrá el paladar con esa zona de la cabeza.

Ahora estoy metiendo la cuchara en la miel. Mientras la cucharita se hunde comienzo a recorrer las posibilidades de imaginar el lugar de dónde proviene la miel. No tiene un sabor definido como podría ser de eucaliptos. Ni el color del abrepuño. No es de girasol porque es muy consistente. Es sin duda una mixtura, de un lugar en el no prevalece una floración.

A ver… una chacra en la llanura pre serrana. Eucaliptos que flanquean el camino de entrada. A los costados de la tranquera, un revoltijo de pitas y las más antiguas, con su mástil floral. Un pinar que circunvala el perímetro del terreno de la casa. Un cerco de ligustrina que separa el patio del jardín. Alhucemas marcando los caminos en cruz que dividen el jardín. Margaritas bordeando los canteros dónde están rosales, unos de rosas té, rosas rosadas, de las que mejor perfumen tienen, rosas de intenso rojo, que varía según el estado de apertura del capullo, que no tienen mucho aroma pero seducen con su color. Matorrales de crisantemos y en los ángulos más alejados de entrada, dos plantas de lilas, una tradicional y otra blanca.

Hacia la izquierda del jardín, separada por una cerco de tuyas, la huerta. Distribuidos por la huerta, los frutales: el limonero verdi-amarillo, duraznero, damasquero, níspero. Y cerca del camino, los olivos. A la derecha hay una abertura en el cerco por dónde entra la acequia de riego. La acequia, que viene del tanque australiano, obviamente, está bordeada por yuyos de varias clases. Cola de zorro, cebadilla, algún culo de perro -caléndula silvestre, si quieren- como una imitación paupérrima de girasoles y alguna flor amarilla que ha comenzado su acción invasiva. Rodea parte del tanque el infaltable cañaveral para las perchas de los tomates y las chauchas. Y entre las cañas, casi simbióticamente, las campanillas violetas, se trepan entre las filosas hojas. La gramilla terca cubre el terraplén del tanque, menos en el caminito que va de la casa al lugar dónde el caño galvanizado, cubierto de caca de pájaros, vierte el agua. Del travesaño más bajo del molino, pende un clavel del aire, como una piñata verde, con sus flores casi lilas, casi violetas, según en qué momento del verano se las mire. Y entre la casa y el tanque, la higuera, dulce, áspera y frágil, como el amor. En el frente de la casa, los canteros de cemento contienen calas, malvones, un lugar cerca de la puerta para la frágiles violetas, entre las cuales los caracoles que escapan al ojo de la dueña de casa, se cobijan. En los sitios más alejados de la casa, por razones obvias, los cactus Entre la casa y el corral de los terneros el frondoso tamariscal, donde duermen las gallinas y están los nidales de las cluecas. Y cuelga algún que otro cuero de oveja, un aparejo para cuerear y ganchos varios para fines ídem.

En las grietas de la carga del galpón, algunas plantas de palán-palán sobreviven porfiadas, ahora que el aloe vera y el bálsamo las han sustituido en su tarea de cicatrizar tajos, quemaduras leves o algún que otro raspón. Al lado del chiquero, algunos granos que cayeron antes de llegar a los comederos, han germinado y se ve algún maíz, un sorgo y unas plantitas de trigo que intentan sobrevivir al ahogo del yuyal, más aptos al clima y a la tierra. Y entre los galpones y el chiquero, el tunal, preparando sus higos que serán rojos y dulces en el otoño.

Y después el campo abierto y el cielo. Y a lo lejos la serranía casi azul.

Ya la cucharada de miel está diluida en el té. Y a esta hora de la noche no sé con certeza que es lo que quiero, si tomar té con limón y miel o estar en ese lugar. Y dejar que mi tiempo se extinga, como la intensidad del verano. Y que la lluvia del otoño se lleve, como a las hojas amarillas, tanto cansancio.

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